Un golpe en Oruro

Aludiendo a los británicos, Mahatma Gandhi dijo: “Lo que hagan por nosotros, sin nosotros, lo hacen contra nosotros”.  Palabras más o palabras menos, recordamos la imagen de este gran hombre que trató de evitar la división de la colonia británica en dos repúblicas independientes: ahora India y Paquistán.  Todo fue producto del odio innecesariamente alimentado entre musulmanes indios e hindúes.  Sólo entre los ingleses y algunos radicales indios, prescindiendo de la mayoría de la población, se promovió el plan que disponía la división del país, a costa de 20.000 muertos en enfrentamientos fratricidas.  Esto ocurrió entre 1946 y 1947.

Sin dejar de mirar a los indios; en 2007, nuestro país partido está latiendo entre un occidente eminentemente “indígena y pobre”; y un oriente “euromestizo y rico”. Con esos adjetivos oficialistas es que se ha diseñado el plan revolucionario para avivar todos los resentimientos; abriendo la senda en Oruro hacia una nueva Constitución, totalmente plurinacionalizada y ensangrentada, que no ha atendido el clamor de la mayoría de los que quieren vivir en paz y prosperar, mayoría que ya vive diluida en la diversidad.

La médula del gobierno boliviano y su Constituyente de por sí militan en una revolución, pero de esas revoluciones ahogadas en las urnas, convalidadas con el voto de los incautos y sofocadas con bonos de lealtad, sean castrenses o ediles. Los gladiadores de la política dicen que lo malo de las revoluciones, sea cual fuere su vocación, es que enfrían la confianza en la ley. Y este ha sido el mejor vehículo para consagrar en Bolivia la voluntad del más fuerte, abrazada hasta del Defensor del Pueblo. 

En los tiempos anteriores a 1982, se implementó la didáctica del fusil, como una forma de golpear duro.  Después de 2003, los golpes ya no son con fusiles, sino a través de la consulta popular. Estos golpes electorales tienen como su general al pueblo manipulado y a las calles como su cuartel.

La voluntad del más fuerte es lo que nos tiraniza cuando se ausenta la ley. Y cada vez que el gobernador Morales siente que la adrenalina ha colmado sus venas, golpea con las movilizaciones o las consultas populares.  La convocatoria a referéndum revocatorio de mandato de los prefectos, es una muestra de ese estado sin razón ni ley.  La ley ahora se acomoda y somete a los cálculos políticos del gobernador. El Estado de Derecho ha desaparecido y no existe una “constitución real” a la que los actores políticos deban sojuzgar sus pasiones.

Ya viviremos en una “democracia líquida”, con una Constitución narcotizada y abrumada por los apuros y precipitaciones, que nunca conoció las pasiones políticas de los bolivianos sobre temas vitales. Este ya no es un golpe como aquellos de finales del siglo pasado, sino es el oportunismo de un fragmento del MAS, que con el monopolio de su mayoría eventual, nos hunde.

En medio de oriente y occidente se gesta un golpe de estado liderado por esa Constituyente itinerante, esa que nos ha hundido a todos los ciudadanos y las ciudadanas. Parodiando a Gandhi decimos: “Lo que haga la Constituyente en Oruro por nosotros, sin nosotros, se hace contra nosotros.”

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