Desde que entró en escena el satélite Tupac Katari, como uno de los negociados más oscuros del gobierno boliviano, las dudas sobre su utilidad para la población boliviana no han terminado de multiplicarse. La idea era que con este satélite la población rural tendría acceso a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Nada de nada, ni telecomunicaciones en el campo, menos acceso a internet como mal pregonan los servidores públicos a cargo de un aparato espacial, que sólo Dios y los proveedores chinos saben si funciona. Con mi proverbial susceptibilidad y desconfianza he llegado a pensar que se trata de un solo bodoque metálico que ha sido vendido a varios gobiernos incautos, de esos que alientan el socialismo del siglo XXI, por el precio módico de 300 millones de dólares por cliente. Así mismo han operado los timadores que han vendido la luna a millones de incautos a lo largo de la historia.
Ocurre que ahora el gobierno necesita otro satélite, el segundo. Esto se supo el pasado viernes cuando el secretario general de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (IUT), Houlin Zhao, chino él, visitó a Evo Morales para conversar sobre el papel de los emprendimientos públicos en las telecomunicaciones, que se muestran más fuertes que sus similares del sector privado. En esta oportunidad el Ministro de Obras Públicas, no dudó en agitar políticamente y dijo que “dentro de los planes en la agenda patriótica está el segundo satélite”, que servirá para realizar tareas prospectivas de recursos terrestres, protección ambiental, prevención de desastres, entre otras fantásticas características tecnológicas. ¿El costo? Otros 300 millones, financiados por los chinos. Me pregunto: ¿Por qué se materializan estos desfalcos descomunales antes de las elecciones?
A través del periódico Cambio, diario oficial del masismo, me enteré que el lunes pasado, la misma empresa china que nos embutió el Tupac Katari, lanzó el satélite de teleobservación “Antonio José de Sucre” (VRSS-2) desde el Centro de Lanzamiento de Jiuquan. Este satélite fue adquirido por el gobierno venezolano, seguramente a un precio módico de 300 millones de dólares y su lanzamiento fue anunciado por el vicepresidente venezolano Tareck El Aissami, personaje oscuro que controla el narcotráfico y los actos de corrupción en ese pobre país. Lo sorprendente del caso es que el satélite VRSS-2 tiene las mismas características tecnológicas que el que pretende comprar el gobierno. ¿No será el mismo satélite que nos quieren encajar?
Este ejemplo sirve para cuestionar los negocios con los chinos, sin desechar las recomendaciones que alertan al gobierno boliviano de lo perjudiciales que están resultando las relaciones con el poder asiático exponiendo las arcas del Estado Plurinacional a un virtual vaciado, sólo por adquirir otro satélite con un financiamiento poco transparente y los negociados de costumbre.