En 1782 se creó la Intendencia de Santa Cruz de la Sierra, en sustitución de la gobernación del mismo nombre. Fue la ciudad de Cochabamba su primera capital y su primer intendente Francisco de Viedma, un andaluz nacido en Jaén, que la gobernó por más de 25 años, hasta su muerte en 1809 a la edad de 72. Los ciudadanos de Cochabamba, que no alcanzaban a 19.000 entre españoles y mestizos; y algo más de 3.000 entre indios y mulatos; le tenían una gran simpatía. Es que esta ciudad, que ahora acoge a todos y permite vivir sin sofocarse hasta lograr una muerte digna, es un lugar donde todo es posible. Su historia siempre se cuenta entre sonoros éxitos y sordos fracasos; y donde, bajo su propio riesgo, la gente puede crear su futuro y el de sus familias, con bastante entusiasmo y algo de miedo, como resulta natural. Aquí no nos extraña ver a un pobre comprando en una tienda para ricos; como a estos consumiendo en mercados muy baratos, escarbando entre lo usado y la chatarra. Esta es la tierra misteriosa que tanto quiso Viedma.
Para el año 1810 llegó a Cochabamba el intendente sustituto, el español José González de Prada, que a poco tiempo de su posesión fue destituido forzosamente por unos adictos al movimiento independentista. Era en la madrugada del segundo viernes de septiembre que comenzó el desmantelamiento de esta ciudad capital con el levantamiento, sin sangre, de esos libertarios. En los 15 años que siguieron la población se redujo a la mitad, debido a la apuesta que en carne de cañón y vidas humanas ofreció Cochabamba a la guerra de la Independencia, además a las constantes emigraciones de los españoles a otras tierras y de los mestizos hacia los centros mineros. Recién y después de 1900 la población cochabambina igualó en número de aquellos 22.000 ciudadanos y ciudadanas que tenía allí en los inicios de la intendencia, entre los que destacaba una clase media mayoritaria, compuesta por familias de agricultores, pequeños industriales, artesanos y comerciantes que sobrevivieron a las refriegas republicanas, logrando trascender material e intelectualmente el siglo XX, aprovechando las oportunidades de ascenso social que Cochabamba les ofrecía. Ahora las cosas han cambiado, pareciendo haber muerto. Se trata de la misma clase media que se encuentra sin rumbo, sin alma ni estímulos, revuelta y agitada en muchos barrios donde las cosas se han descalabrado.
Los políticos tradicionales de fines del siglo pasado han pretendido, y no han podido, arrebatar el horizonte a los cochabambinos; y ahora los operadores comunitarios del siglo XXI intentan despojarles de competitividad, colocando a Cochabamba, cada año y junto con Bolivia entera, más cerca de Nepal y Angola; y mucho más lejos de Chile y Brasil. Hay menos puestos de trabajo y pocas ventajas, y muchos han abandonado la capital, pero también han llegado otros, más confundidos aún por la transformación natural que la urbe experimenta para dejar su condición primitiva. Más allá de lo posible, no sólo los mejor establecidos y los más hábiles, sino el pueblo en general, conservan aún sus visiones de prosperidad sin perder ese valor genuino que felizmente permite vivir, comer, beber, enamorar, seducir, procrear o inventar oportunidades para divertirse sin límites, y al final fallecer puntualmente. A través de las centurias, por nacimiento o naturalización, muchos se han rendido ante el embrujo de esta gran ciudad, como así lo hizo Viedma o Gonzales de Prada, el intendente español depuesto aquel 14 de septiembre, que sin rencores volvió a la ciudad de Cochabamba para residir como si fuera natural de ella y morir satisfecho en 1829, justamente en la ciudad que fue la capital de Santa Cruz de la Sierra. Todo un destino fatal para la ciudad y sus ciudadanos.