Con el fin de disminuir la inequidad que atenta contra la justicia social y robustecer la solidaridad humana, la Iglesia Católica ha propuesto, en días pasados, que los ricos paguen un impuesto del 5% de sus ingresos que sobrepasen los Bs. 7.000.-. La Confederación de los Empresarios Privados en torno a sus líderes pegaron el grito al cielo por lo recesivo de la propuesta, pero con una cautela mucho más responsable el Banco Central y el Gobierno, a través del Viceministerio de Política Tributaria, pidieron examinar la misma, que en términos generales no deja ser interesante.
La Conferencia Episcopal y sus brazos operativos en el área social, luego de proponer, han invitado a todos para concentrar conocimientos que contribuyan a mejorar esta idea que puede arraigar la conciencia contributiva de quienes tienen más con el fin de beneficiar a los que tienen menos; obviamente sin entrar en los eufemismos relativos, siempre odiosos, que son utilizados indiscriminadamente para diferenciar a quienes son ricos en detrimento de los “mal llamados” pobres.
Desde el Vaticano y hasta el último centímetro cuadrado de este mundo, se ha reconocido que entre los seres humanos no existe una igual distribución de capacidades y oportunidades; lo que nos obliga a trabajar los unos a favor de los otros de forma recíproca. Estas desigualdades han hecho que en algunos países las diferencias sean absolutamente escandalosas. Para confirmar, en Bolivia existen municipios que cautivan un 97% de personas que viven por debajo del escalón de la desdicha.
Todos recordamos la tan motivadora parábola de los talentos que figura en el Evangelio de San Mateo. Jesús contaba la historia de un magnate que, antes de viajar lejos, convocó a tres de sus servidores y les dejó todas sus pertenencias, con la condición que a su retorno deberían devolverle los bienes asignados. Al primero le dejo cinco talentos, al segundo dos y al tercero tan sólo un talento. Luego de muchos años retornó el acaudalado personaje y pidió cuentas más la devolución de sus peculios. Los dos primeros sirvientes informaron que habían trabajado y duplicado los talentos recibidos y el tercero, simple y llanamente, devolvió el talento, que por mucho tiempo había enterrado con el temor a perderlo y ser reprimido luego por su amo. ¿Saben qué pasó?. El amo despojó a este sirviente y entregó el talento al que tenía diez, no sin antes imponerle diablescas sanciones.
En esos tiempos del Evangelista Mateo cada talento equivalía a 35 kilos de oro ……. sí, oro. Un solo talento ahora equivaldría más o menos a medio millón de dólares y lo demás queda librado a la creatividad de cada uno, pero estamos obligados a detenernos en el sentido de esta parábola que es absolutamente figurado. La moraleja y la divina lección radican en que siempre será plausible y encomiable, por todos y por el mismo Dios; el afán por usar y multiplicar los dones y las capacidades que tiene cada uno de nosotros.
En fin son cosas del destino, pero ¿qué podríamos hacer en beneficio de ellos? Si el propósito es recaudar impuestos sobre el dinero de los ricos para asignarles a los necesitados, estamos cumpliendo esa virtud teologal que es la caridad, pero ¿qué garantías se tienen para saber si los beneficiarios multiplicarán o duplicarán los recursos recibidos de sus iguales?. La Iglesia debería dar también las señales, los mensajes y las enseñanzas para hacer que todos y cada uno de los bolivianos usen y multipliquen los talentos que Dios, antes que nadie, les dejó en sus tierras. Existen ilimitadas cantidades de minerales, metales, piedras preciosas, gas y petróleo en el cofre de la riqueza sobre el que están sentados los infortunados bolivianos lamentado su desdicha, como aquel sirviente temeroso que conservó su talento enterrado. El sólo hecho de abrir un resquicio de ese joyero multiplicaría, instantánea y geométricamente, los beneficios del desarrollo de actividades de provecho económico generalizado como son la agropecuaria, la industria, el comercio y los servicios en este país.
¿Hasta cuándo podremos permitir esta parálisis y aguantar el temor, el miedo y la vacilación para aprovechar nuestras riquezas enterradas?. No nos extrañará la llegada del día en que maldigamos cuando nuestro Dios nos pida cuentas a los bolivianos de los talentos recibidos. Nada raro que nos quite todo lo que tenemos y lo entregue a sus sirvientes más industriosos y diligentes, que por ende se harán más ricos. ¿Qué demonios nos motivan, influyen y determinan para dejar de explotar las riquezas o impedir para que alguien lo haga?. Y cuando me refiero a los mil demonios no estoy pidiendo que fijen su atención en algunos egoistas dirigentes políticos o indígenas …… esos perros del hortelano. Por favor, nos miraremos por dentro y por fuera, y reflexionaremos sobre las miles de coincidencias que tenemos con la riqueza y el bienestar, más aún con la solidaridad. Lo contrario es una locura. No se debe maldecir en cuaresma, pero el egoísmo sin compromiso, la flojera, el miedo a asumir riesgos y las eternas vacilaciones, creo que son peores pecados. Hoy que es viernes obligados estamos a abrazar el sacramento de la confesión, porque el próximo hablaremos del impuesto expiador y purgador.