Los desfiles escolares reflejan nuestra decadencia

Las fiestas patrias han pasado, como siempre desapercibidas; y nos dejan ese sabor a nada; pero lo que ha sobrando fue la exagerada militarización que algunos colegios demostraron en los desfiles escolares. Sus estudiantes con uniformes raidos, la mayoría demostrando pasos de parada al mejor estilo prusiano, acompañados con bandas mínimas ejecutando marchas imperiales, abanderados y escoltas con estandartes arrugados; y todos en escuadras compitiendo por parecerse más a un batallón castrense que a una institución educativa. Todos ya sabemos que estos desplantes decadentes del siglo pasado, ya no se ejecutan ni en los países que se precian de ser modernos, y menos en la mismísima China comunista.

Todos debemos coincidir que los desfiles escolares son una perfecta muestra del fracaso oficial para lograr que los estudiantes asuman libremente compromisos cívicos y respecto a la patria. Ni a ellos ni a nadie nos queda claro si desfilamos para alegrarnos por la eliminación de lo republicano o por la cantidad de los enemigos extranjeros que los guerreros bolivianos mataron en combate; o por inventariar la cantidad de sangre que han derramado nuestros héroes durante toda la historia. ¿Desfilamos para recordar victorias o derrotas? Si nuestros enemigos externos han visto nuestros desfiles, se habrán dado cuenta que los gobernantes se complacen haciendo desfilar a la gente de un modo refinadamente cruel, y los que desfilan gozan al verse humillados y maltratados.

No es un secreto que los estudiantes asisten a los desfiles sólo para aumentar con algunos puntos sus notas o calificaciones en las materias más complicadas. Con este tipo de chantajes intimidantes algunos ciudadanos creen a rajatabla que se está sembrando el más puro civismo. Si el objetivo es hacer más patriotas a todos los pandilleros que desfilan para sus colegios, no nos hagan creer que ellos están asimilando los conceptos básicos del orden, la disciplina y el carácter. Algunos educadores tienen la peregrina idea de que con dos horas de desfile al año se les quita el vicio a los jóvenes descarriados.

Ya es hora de extirpar ese concepto retorcido y postcolonial sobre lo que significa el civismo. Si ser más boliviano encarna levantar más alto la pierna en el paso de parada o cantar más fuerte el himno nacional, estamos muy equivocados. Los encargados de propagar el patriotismo deberían asumir papeles más honestos y destacar que se es más boliviano o boliviana cuando se hace lo correcto, o por ejemplo: cuando se pagan los impuestos y se trabaja. No es más patriota el que más desfila, pero sí lo es el que no se cuela en las filas, respeta un paso peatonal o el semáforo en rojo; lo es también el ciudadano honrado, el buen profesional; en suma es el boliviano o la boliviana que hace bien las cosas y respeta los principios de convivencia pacífica.

Después de ver los desfiles escolares; con mayor razón en esta etapa de cambio y ahora más que nunca, debemos hacer supremos esfuerzos para despreciar nuestro pasado postcolonial que se refleja en estos actos eclipsados por la mediocridad. Ya sobran los motivos para destruir esta mala costumbre y dar paso a alguna actividad novedosa que sea útil para enfatizar el civismo. El gobierno debería tomar la iniciativa y refundir en la población el concepto constitucional de que Bolivia es un estado fundamentalmente pacifista y ajeno a la marcialidad que nuestros estudiantes ejecutan cada 6 de agosto, sin sentido o beneficio alguno.

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