Parece que la revolución está muy lejos que se les vaya de las manos a los seniles Fidel y Raúl Castro. Su experiencia ha prevalecido y exoneraron a su ministro de Asuntos Exteriores, Felipe Pérez Roque, y al vicepresidente Carlos Lage. Los despidieron con renuncia voluntaria. Y en Bolivia los agentes comunitarios del gobierno están preocupados por la expulsión de los dos principales burócratas de la dictadura más larga del mundo, especialmente por Lage, que se estaba convirtiendo en una especie de ornamento imprescindible en todas las actuaciones monumentales que Evo Morales desarrolló el último tiempo, con la Asamblea Constituyente, su referendo revocatorio, su nueva Constitución Política del Estado, etc., sólo para demostrar que estaba tan cerca de Cuba y demasiado lejos de Estados Unidos.
Los revolucionarios cubanos han coincidido que estas dos víctimas de la purga castrista se colocaron en el ejercicio de un papel indigno a la hora de “saborear la miel del poder”, como dijo el propio Fidel. Lo más lógico, en términos de mala fe, es pensar que las mejores mieles son los chavo cheques destinados para el pueblo cubano que fueron desviados a algunas cuentas bancarias particulares en el extranjero. Esos mismos cheques que circularon en Bolivia para hacer obras de impacto social, pero que terminaron siendo el mejor instrumento para comprar lealtades, y asegurar la perpetuación en el poder de una dictadura comunitaria y plurinacional.
Los cubanos Pérez Roque y Lage, tan amigos de Evo Morales y de Hugo Cháves, se pasearon por Nicaragua, Bolivia, Ecuador, Venezuela y otros países ahogados en procesos democráticos tan intensos y amañados, plagados de urnas, referendos, fraudes, plebiscitos, votaciones, elecciones, segundas vueltas, etc. Algo que en Cuba ya constituye un precepto prohibido, propio de la corrupción socialista del siglo XXI, que de por sí es inviable en la isla. Precisamente este virus ha contaminado las tristes cabezas de Lage y Pérez Roque, que seguramente propusieron introducir mejoras a la dictadura comunista isleña, aunque sea con las prácticas tan ortodoxas como las bolivianas.
Los destituidos eran los dirigentes cubanos que mejor habían sintonizado con las nuevas dictaduras socialistas del continente americano, cargadas de notas necrológicas y números rojos. Era un proyecto ideal, pero ha prevalecido lo viejo conocido sobre lo nuevo por conocer. Y nosotros, los preocupados bolivianos, creíamos que se iba a implantar un régimen parecido al cubano en Bolivia, si los Castro habían estado más aterrorizados de que no se implante un régimen parecido al boliviano o el venezolano en la isla. Es que Fidel ha debido ver con miedo la gran amenaza absorbente del narcotráfico, el despilfarro, la corrupción y el contrabando, que colman a los altos funcionarios de estos dos nuevos regímenes socialistas.
Después de todo, los entuertos vividos durante el último medio siglo de revolución a la cubana, pueden ahora y en este escenario ser fácil y favorablemente superados, porque lo más probable es que los Castro terminen reactivando alegremente sus relaciones con Obama y Estados Unidos, comprometiéndose a reformar democráticamente la isla al mejor estilo yanqui, mil veces preferible que hacerlo a la moda boliviana o a la costumbre venezolana. Afirmación contundente: Cuba ha dado la espalda a Bolivia y Venezuela, se aleja de ellas, porque ahora mira al norte. Lo mejor se viene.