Ha provocado distracción la orden administrativa de traslado a una penitenciaria de alta seguridad del líder de la banda de Jhas (por Jhasmani T.), esa caterva de abogados que coaccionaban moral y violentamente a sus víctimas. Tengo mis dudas sobre la coincidencia de este evento con otros de carácter político que estaban haciendo mella en la popularidad del gobierno. En pocas horas se divulgaron imágenes de las torturas, aparecieron autoridades públicas ejecutando órdenes, detuvieron y persiguieron a los cómplices, destaparon unos consorcios malevos de jueces, abogados y policías implicados. Raro, todo raro, muy raro.
Es que cuando el gobierno interviene oficiosamente en estas tareas enérgicas es que algo muy sucio se está cocinando en Palacio Quemado. Con muy poco margen de error estoy en condiciones de afirmar que el propio jefe de la banda, a cambio de dinero u otra ventaja, ha entregado los videos violentos a los gladiadores azules para que se encarguen de escandalizar y distraer a la sociedad, lo cual a estas alturas ha perdido todas las características de una casualidad. Como tampoco fue fortuito el asunto del terrorista Battisti y su entrega al gobierno italiano, lo que ha detonado artificialmente un debate dentro del partido de gobierno sobre la conveniencia o no de seguir aliados con los izquierdistas más cercanos al comunismo cubano o al chavismo venezolano, obviamente para deshacerse de lo menos valioso que tiene encima el MAS, que para sorpresa de muchos resultan siendo los izquierdistas férreos. Lo más valioso, por si mis lectores no lo saben, son los movimientos sociales ligados a intereses empresariales, económicos y delincuenciales. La izquierda no cuenta.
Sacrificando su moral revolucionaria, Evo Morales ha cogido la posta que le dejó el derechista Jair Bolsonaro y ha ordenado la expulsión del terrorista Battisti, como si de una mercancía política se tratara. Los gritos lastimeros de los izquierdistas azules se escucharon por unos segundos, pero inmediatamente y hasta ahora impera un silencio sobrecogedor ordenado por el propio líder cocalero. Les mandó a callar. Lo que más me ha extrañado ha sido la forma poco convencional como él ha claudicado y complacido a los derechistas brasileros e italianos, ganándose el reproche de toda la comunidad izquierdista del mundo entero. Bueno, esto ahora ya no importa nada.
Así queda claro lo poco o nada que le interesa al cocalero este tipo de reacciones de sus apologistas de izquierda. Lo que más importa y para su propio bien, es que él es muy hábil para distraer y descuidar a las masas. Ahora ha inoculado una disyuntiva líquida en las mentes de todos los bolivianos, especialmente en las de aquellos que alientan de manera frenética la defensa del 21 F. Ellos ya no saben qué es mejor, si criticar a los políticos opositores que han raleado a las mujeres en la cúspide de la toma de decisiones; o cuestionar a la tradicional izquierda nostálgica por su pasividad en la entrega del terrorista o persistir en la controversia abierta sobre la misoginia del primer mandatario; como tampoco saben cómo medir la intensidad de sus aplausos por la deportación de Battiste, o la persecución sañuda contra la banda de Jhas o la elección de la mujer más joven como presidenta de la Cámara de Senadores. Precisamente esta imagen flexible que tiene a favor el primer mandatario en este último tiempo ha llegado a compensar de una manera exitosa sus sonoras debilidades.