Desde hace 13 años he sido testigo del deterioro peligroso de la calidad del empleo en Bolivia. Sobran las pruebas para afirmar que la precariedad laboral ha reducido hasta casi igualar con el salario mínimo nacional las más altas remuneraciones de los empleados cualificados en nuestro país. Esto se debe a las políticas de izquierda que a lo largo de la historia mundial han estado muy aliadas con la mentira y el engaño. No conozco izquierdista que no se alegre con la subida anual del salario mínimo nacional (Bs. 2.060) a favor de los trabajadores de un bajo nivel educativo, como tampoco conozco un solo izquierdista que esté contento, cuando a alguno de sus hijos muy bien educados le pagan unos Bs. 3.500, como si se tratara de un salario de fantasía. Cuesta entender como un izquierdista puede dormir tranquilo con la idea de la igualdad salarial que la dictadura del proletariado ha clavado en su mente.
He leído algunas conclusiones sobre la situación del empleo en Bolivia desde 2006 hasta 2016, como he intentado interpretar otras encuestas sobre el asunto. Tengo la percepción muy subjetiva que los jóvenes que ingresan al mercado laboral solo tienen en mente convertirse en servidores públicos del nivel o el grado que sea, porque son empleos “bien pagados”, aunque en la cara se les note lo brutos y mal educados que son. Y lo peor de todo es que existen izquierdistas de a pie que están en oposición política y muy lejos de los beneficios salariales que disfrutan los militantes azules, que hasta ahora no hayan ofrecido o propuesto alguna solución tangible a este problema social y laboral. Del izquierdista Carlos Mesa no he conocido una propuesta convincente sobre el asunto laboral que se oponga o por lo menos afecte la tendencia destructiva del empleo que ha consolidado el gobierno del MAS. De por sí, esa falta de propuesta, debilita la credibilidad de su candidatura.
Lo que muchos izquierdistas están descuidando es la atención sobre el hecho de la incesante migración del campo hacia la ciudad en busca de empleos con salarios mínimos; sin el acompañamiento de fuertes inyecciones de educación para mejorar en calidad el capital humano. Me he dado cuenta de que a los azules no les interesa este tipo de políticas sociales, pero sí he constatado que a los ideólogos de izquierda más les interesa promover el espíritu de apropiación privada de bienes, cualesquiera que sean. Me sorprendió que un comunista perfumado, como el Vicepresidente, aliente este tipo de aberraciones ideológicas: «Todos tienen su carrito, chuto no importa, pero tienen». Este alarido no coincide con el comunitarismo que estimula rabiosamente, digan ustedes si este no es un llamado a cultivar el peor de los capitalismos: el ilegal.
Todos deben coincidir conmigo que lo mejor que la izquierda hizo por Bolivia era dotarla de la Ley General del Trabajo y lo peor que hizo fue reformarla intermitentemente a lo largo de las últimas ocho décadas con parches de un socialismo caduco que ha precarizado las relaciones entre trabajadores y empresarios; y ante todo ha destruido el empleo de calidad, convirtiéndolo en algo poco duradero e inestable. Ni hablar de la dignidad perdida de los trabajadores cualificados. Ya no queda duda de que la tarea más urgente es reformar nuestra legislación del trabajo y resumir en normas inteligibles las condiciones básicas para crear y mantener empleos dignos para todos. Ya sé, está es una propuesta de derecha que no cabe en un país de izquierdistas.