El primer vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia, recientemente posesionado, ha hecho notar en su discurso que el MAS ha completado exitosamente un proceso persuasivo sobre la población que le permite mantener un papel hegemónico. Esa supremacía o superioridad jerárquica es total y ya resulta innecesario discutir al respecto; pero lo que sorprende es la forma paternalista cómo ha definido esa hegemonía: “… no es dominación, es la capacidad de liderizar a otros,… es la capacidad de seducir y de convencer;… es la capacidad de hacer acuerdos prácticos y materiales”. Así puede sonar bonito, pero la realidad nos muestra sólo dominación.
En la última elección de diciembre de 2009, el MAS obtuvo el 63.91% de apoyo frente a un 26.6% de la primera fuerza opositora: PPB-CN; minoría que explotó en mil pedazos el día en que Manfred Reyes y su aliado José Luis Paredes cruzaron la frontera, escapando del acoso supremo del Presidente. Desde 2006, esa superioridad jerárquica fue creciendo cuando el MAS logró una representación mayoritaria en la Asamblea Constituyente y posteriormente Evo Morales mereció ser ratificado en su cargo en el referendo revocatorio de mandato con más del 67%. En este apesadumbrado proceso de cuatro años, la hegemonía masista se alcanzó a través de una conflagración entre las doctrinas mayoritarias que sustentó el gobierno y las creencias republicanas que defendieron, sin éxito, los partidos minoritarios. Esta experiencia boliviana ya constituye una materia troncal en el pensum de estudio de las carreras de ciencia política de las mejores universidades del mundo; porque ofrece el mejor ejemplo político del uso de la seducción gubernamental para imponer la doctrina suprema del partido único sobre una atomizada oposición.
El día de ayer, luego de la posesión presidencial, se ha inaugurado una nueva etapa de organización política en la que prevalecerá el control y que precisamente no pretenderá convencer a nadie sobre su superioridad, El gobierno con mucho control incorporará sus ideas, discurso y prácticas en la propia manera de ser y en el comportamiento de los bolivianos. Pese a los bonitos discursos, la hegemonía masista queda traducida en un régimen totalitario y autocrático; en el que las minorías invisibles e ineficaces no podrán contra el omnicomprensivo control social que alimenta el gobierno.
En su propósito de borrar del nuevo texto constitucional esos “detallitos neoliberales” que no encajan en la perspectiva socialista, además de terminar con los errores gramaticales y las contradicciones; o con cualquier vestigio colonial o que pertenezca a la transición de la “república aparente”; el MAS tiene planeada una reforma parcial de la Constitución, que la logrará con sus dos tercios en la Asamblea Legislativa Plurinacional, sin recurrir siquiera a la iniciativa ciudadana. Evo Morales, aunque no lo diga, necesita una Constitución hegemónicamente socialista, de lo contrario su futuro no estará asegurado.