El célebre Manual Merck de diagnóstico y trabamiento de enfermedades indica que la diarrea del viajero es causada por la cepa de E. coli enterotoxígena. Este manual ha definido que “los microorganismos E. coli suelen estar presentes en los suministros de agua de áreas que carecen de purificación suficiente. La infección es frecuente en personas que viajan a algunas áreas de Méjico e Hispanoamérica, Oriente Medio, Asia y África. Los viajeros evitan a menudo beber el agua local, pero se infectan tomando bebidas embotelladas con hielo de agua local o con comidas preparadas con ella” (sic). Los enfermos presentan signos y síntomas como “náuseas, vómitos, borborigmos (ruidos de tripas producidos por el movimiento de los gases en la cavidad intestinal), espasmos abdominales y diarrea, iniciándose de 12 a 72 h tras la ingestión de alimentos o agua contaminados. Algunas personas padecen fiebre y mialgias (dolor de los músculos). La mayor parte de los casos son leves y autolimitados, aunque puede producirse deshidratación, especialmente en los climas calientes” (sic).
Desde hace unos días atrás, estos son algunos de los desarreglos que está sufriendo Evo Morales, y que, según el vocero de gobierno, serán tratados con “dieta blanca, reposo en cama y rehidratantes”. Así es como la salud del presidente se ha convertido en un asunto de estado y de seguridad nacional, porque si la disfunción intestinal se debe a la mala alimentación que recibe de los cocineros de palacio, hay que rogar que no ocurra lo peor. Pero, si la disfunción es por comer fuera de palacio o más allá de las fronteras nacionales la responsabilidad es de quienes custodian al presidente, precisamente a ese alto dignatario de Estado, independientemente de que nombre propio tenga ahora. Si el presidente está enfermo, es porque los organismos del Estado no están asumiendo la obligación de garantizarle una alimentación sana, adecuada y suficiente, lo cual también delata un acto negligente contra la seguridad alimentaria; de la que no sólo debería gozar el presidente, sino toda la población (art. 16, parágrafo II, CPE). Este asunto ha preocupado a muchos, especialmente ahora que el Estado Plurinacional de Bolivia ha adquirido, con muchísimo dinero, un nuevo avión presidencial para incrementar la frecuencia de viajes al interior y al exterior del país. Parece que el presidente está condenado a vivir viajando y pasar el resto de su gobierno dentro de un avión, a tal grado que pisar tierra le resulte algo excepcional.
Los custodios y los médicos, nacionales y extranjeros, que se encargan de la alimentación del presidente Morales deberían ser más insistentes a la hora de advertirle sobre los efectos nocivos de comer donde sea, justamente para no manchar la principal imagen humana que posee nuestro país. Por eso se deberían tomar algunas medidas de seguridad cuando el presidente decida comer trancapechos en Cochabamba, puerco asado en Teherán o comida kosher en Caracas; o cuando tome chicha en Villa Tunari, cervezas en Ciudad del Cabo o mojitos en La Habana. Además los funcionarios viajeros e itinerantes, en general, deberían “acudir a restaurantes con reputación de seguridad y evitar alimentos y bebidas de vendedores ambulantes; consumir solamente alimentos cocinados que estén todavía muy calientes, y bebidas carbónicas sin hielo” (sic). Así nos instruye el Manual Merck a los que no somos médicos, generándonos una gran sensibilidad, con tristeza y preocupación angustiosas, por la salud ajena. Deseamos que el presidente recupere prontamente la salud para que reemprenda sus viajes postergados, porque sería desastroso que el mayúsculo avión presidencial caiga en desuso por culpa del simple microbio Escherichia coli, que tiene la misión elegante de hacer fastidiosa la vida de los viajeros.