Ha muerto el pasado viernes nuestro amigo Dante Castellanos Mostajo, el abogado. Los ciudadanos y ciudadanas que lo conocíamos no comprendemos aún que el mal también torna vulnerable a Dios y a los ángeles guardianes. Dante era un gran amigo, de esos que a nadie dejaba indiferente. Alma de las mesas, los cantos y los bailes. Padre destacado de dos hijos destacadísimos, Sergio y Diego, y esposo de nuestra buena amiga María Elena Mariscal. Los que nos hemos quedado en la tierra aún lo escuchamos cantando esas canciones viejas pero con voz nueva y afinada. Le prestábamos nuestros oídos en esas charlas con aroma a café o en las otras tertulias con sabor a debate, o en las más finos círculos cuando él fungía como mensajero del humanismo más radical. Este nuestro amigo, muriendo, nos ha privado de su sencillez, también de su envidiable ternura para tratar al amigo que se dejaba querer.
Él subió a un taxi la madrugada del martes para retornar al hogar y en algún lugar le despojaron de sus posesiones. Le dieron un golpe en la nuca e inconciente fue abandonado, con la etiqueta de NN, en una vía pública. La policía no estaba para rescatarlo y brindarle resguardo; sino fue un grupo de ciudadanos voluntarios, los del SAR, que cumplieron noblemente con las tareas de ayuda urgente, que le corresponden al Estado en una sociedad civilizada. Desde el martes hasta el viernes, los médicos hicieron lo imposible para devolverlo a la tierra. Al final fue más fuerte Dios, porque era justo que se quede con él.
Entre amigos él nos anunciaba que el tabaco jamás lo mataría, por eso no le faltaba su cajetilla de Derby. Tenía razón, pero lo que él no sabía, ni nosotros, era que la inseguridad ciudadana lo mataría. ¿Quién le dio el golpe mortal a este hombre?¿Dónde estaba la policía para brindarle el primer auxilio después del crimen? ¿Quién vigila el trabajo nocturno de los taxistas? ¿El caso de Dante será el de otra victima con expediente cerrado antes de morir?
El Estado nos ha abandonado. A los ciudadanos nos libraron a la suerte y estamos muriendo en las aceras, en los asientos de los taxis, desechados en cualquier recoveco y con los bolsillos vacíos. Ante este escenario increíble, los vecinos contratan la vigilancia de sus casas por fuera, y estamos a punto de llegar al extremo de hacer, entre familiares, turnos para vigilar nuestras casas desde dentro. Con mucho sarcasmo recordamos las épocas en las que el mejor vigilante era una ventana con la luz encendida. Las cosas han cambiado y los hechos luctuosos nos anuncian que vamos en el camino del atraco, la desposesión y el crimen rutinarios. Nos van a quitar nuestras vidas y las pocas cositas que tenemos con el miedo y la violencia por delante. Y si te mueres por eso, es tu problema.
Hace más de un año atrás, en las calles de esta ciudad, estamos viendo gentes anónimas que intoxican nuestras calles y desbastan nuestros jardines. Con miradas sinuosas y semblantes esquivos, ojos vidriosos y resentidos, muecas de desprecio, odio en la piel y sudores mezquinos. Me refiero a esas caras forasteras que han venido a destrozar la armonía que existía y que Dante Castellanos, junto con todos sus conciudadanos, la disfrutaba. En Cochabamba nos han “cambiado” (sustituido, quiero decir) a los ciudadanos y ciudadanas por otros siniestros personajes. Parece que nos hubieran quitado nuestras identidades para dárselas a protagonistas fatales. ¿Quién ha diseñado este fúnebre escenario? ¿Será un privilegio morir ahora?
Dante: nos has dejado solos. Tu madre, tu esposa, tus hijos, tus hermanos, tus amigos y tus amigas, con una sonrisa en los labios, hemos visto volar tus cenizas junto con esas brisas flamantes que Dios envió para rescatarte de este mundo impuro. Adiós, amigo.