Muchos amigos y también conocidos me envían, al correo electrónico, sus comentarios sobre los temas que abordo en esta columna. Como se supone, los comentarios son favorables, pero también he recibido disentimientos, algunos irracionales y otros notables. Esto no es un problema, porque todos manifestamos nuestros propios pensamientos en absoluta libertad de expresión, tanto de ida como de vuelta.
En la calle, en cualquier lugar, o en una conversación sensata se nota algo preocupante. La mayoría de los interlocutores concuerdan que no hay que hablar mal de presidente y peor aún: “no hay que escribir mal del gobernador”. Es que todos saben y sienten que la dictadura sindical que ha gestado y controlado Evo Morales en el ámbito cocalero, durante muchos años, ha trascendido y contaminado con toda naturalidad a la sociedad en su conjunto, sin excepción; y el inconsciente colectivo ha modelado un temor reverencial y mucho pavor hacia el gobernador y su entorno, y esto anula cualquier expresión crítica en contra de él o de ellos.
Lo infame del caso es que la mayoría de los bolivianos, prudente o inconscientemente, admiten la existencia de elementos o agentes represivos o de censura contra la libertad de expresión y obviamente las condenas están previamente estipuladas. Dicen: “No hables mal del presidente, porque te van a fichar” (léase también; exiliar, deportar, encerrar, etc.)
Está deambulando el susto de abrir la boca o el pánico de poner tinta en el papel, y así nos estamos alejando del Estado de Derecho. Esto es también terrorismo y en las altas esferas se está ejerciendo una fórmula totalitaria que sostiene el uso sistemático de la violencia psicológica para introducir, sin oposición, un nuevo orden social y político que quebrantará la ya frágil convivencia democrática en Bolivia. La prueba literal de la intimidación se refleja en el manual que esta circulando entre los masistas que se denomina: “10 tácticas y estrategias para defender al gobierno del pueblo (MAS)”
Con la dignidad que nos queda, sólo podemos reafirmar nuestra fortaleza intransigente y obstinada en la defensa de los principios y valores de la convivencia democrática frente al chantaje terrorista que gobierna el inconsciente del boliviano medio y su pretensión de obtener objetivos políticos con el uso de la violencia psicológica y la censura.
Definitivamente la libertad no tiene precio, pero debemos estar concientes que ella está en peligro. Nos están atropellando y lo sabemos. Sólo hay que seguir insistiendo que “antes, durante y después de siempre” se apliquen, con plena legitimidad y firmeza democrática, todos los instrumentos que nos ofrece nuestro Estado de Derecho.
Este país sólo desarrollará con democracia y habrá democracia con Estado de Derecho, respeto de los derechos básicos, responsabilidad de los poderes públicos, un sistema judicial independiente, derecho a disentir y mucha libertad de expresión.