¿Estadio? ¿Qué es? En su primera acepción esta palabra conceptualiza un recinto, con graderías para los espectadores, destinado a competiciones deportivas. Así se ha entendido mucho antes de que los antiguos romanos incorporen la palabra stadĭum al latín; y con este término es que los cochabambinos conocemos a la zona urbana que rodea al recinto de futbol denominado “Stadium Félix Capriles”, con capacidad para 25.000 asistentes, esas mismas personas que asisten cómodamente sentadas y miran con atención algún entretenimiento público.
Parece un absurdo pero es bueno graficar en la mente de la gente sensata que el Stadium Felix Capriles durante un año, cualquiera de esos que tienen 365 días y viene cargado de 8.760 horas, tan sólo se utiliza efectivamente 88 horas al año y con suerte un promedio de 5.000 espectadores ocupan sus graderías en cada espectáculo. Quizás resulte una torpeza notable si pregunto: ¿Las autoridades departamentales son realmente capaces para aumentar a 200 horas al año la utilidad de las graderías del Felix Capriles? Otro ejemplo que mortifica a los cuerdos es el famoso estadio de Shinahota. Este escenario demandó una inversión de algo más de 17 millones de bolivianos, y tiene una capacidad para recibir a 12.500 personas, cómodamente sentadas. Sabe el lector que este estadio desde su inauguración en 2013, sus graderías tan sólo han sido usadas efectivamente por diez horas cada año y de estas el presidente Evo Morales ha utilizado seis horas para desarrollar actos de culto a su personalidad. Otra pregunta estúpida ¿De qué ha servido invertir más de dos millones de dólares para ver efímeros e imponentes espectáculos de exaltación mesiánica del líder cocalero? Mientras se modelan las respuestas o se lee este artículo los estadios de Cochabamba y Shinaota están con el viento limpiando sus graderías vacías.
Este último jueves, he quedado como espectador de un acto desconcertante, y para mirarlo no he necesitado estar sentado en las graderías de alguno de esos estadios. Lo que ha pasado fue que el Gobernador de Cochabamba visitó el Hospital Viedma, abierto las 8.760 horas del año; y cada una de ellas ocupada hasta la incomodidad de pacientes y enfermos, también ellos tristes espectadores en medio de un escenario espeluznante. El mismísimo Gobernador, con la incredulidad reflejada en su rostro, ha podido verificar como en el pabellón de quemados, un niño internado tenía la pierna escaldada por el fuego y ésta pendía con algunas gazas de un tanque de oxígeno. También él constató demasiadas falencias escandalosas en las áreas de Emergencias y Diálisis que caracterizan al Hospital más importante de Cochabamba, sin que a ninguna de las autoridades, hasta ahora, les haya interesado el problema.
Si a Iván Canelas, el Gobernador, no le ha costado nada decir que esta realidad hospitalaria “es mucho peor de lo que pensaba”, supongo que le ha de costar lo mismo pensar que es mucho mejor invertir en la superación del servicio en un hospital que funciona las 24 horas del día; en vez de estar cavilando cómo gastar recursos públicos para levantar el próximo estadio que funcionará 24 horas al año. Sólo al advertir esta inconcebible realidad nos pone a todos enfermos; pero infectados de esa frustración enorme que importa la negligencia administrativa en la inversión de recursos públicos. Mal que nos pese, así enfermos y por dos horas, esta tarde nos vamos al estadio.