Hoy Jair Bolsonaro gana las elecciones presidenciales en el Brasil, gracias al voto de una gran mayoría del pueblo brasilero que ha visto en él un paradigma real de quien sabe qué es lo que hay que hacer, para que todo funcione y progrese. Bolsonaro ha capitalizado muchos calificativos diseñados por quienes no toleran y menos admiten que se cuestionen los efectos nocivos del feminismo, la corrupción, el socialismo, el narcotráfico, la homosexualidad, entre otros temas muy actuales cuya defensa han patrimonializado las izquierdas venales. Hoy como nunca el pueblo brasilero le otorga a Bolsonaro su completo apoyo, con la suficiente autoridad moral para actuar libremente y disponer de recursos necesarios para desmontar, sin dejar rastro, todas las corrupciones y crímenes que los socialistas brasileros han dejado a su paso por los centros de poder.
Es que los brasileros se dieron cuenta que gente vulgar teñida del socialismo del siglo XXI les condujo al infierno. Bolsonaro, personaje poco habitual, aparece a tiempo. Será el 1º de enero de 2019, cuando jure Bolsonaro como presidente, que el continente entero comenzará a palpar el retorno a la realidad, después de vivir una fantasía ideada por los difuntos Hugo y Fidel y llevada a extremos sorprendentes por Evo, Nicolás, Lula, Dilma, Rafael, Néstor, Cristina y Daniel; todos estos con el mismo apellido: socialista. La fantasía boliviana no ha sido menos trágica y que la ciudadanía honesta está obligada a desmontar en diciembre de 2019.
Al igual que sus cofrades brasileros, los activistas políticos que sustentan el gobierno de Evo Morales no tienen la suficiente talla moral como para destacar en el ámbito político por su honestidad. De peor perfil que sus hermanos socialistas brasileros, los izquierdistas azules de este triste país son gentes muy vulgares, que han capturado el poder con el impulso frenético del narcotráfico, la corrupción, el contrabando y la defraudación tributaria. Es que alguien me tiene que decir que esto no es verdad. Estos socialistas cocaleros han materializado el desorden como una política de estado, y lo han contagiado entre toda la población. A tal grado ha llegado la confusión que hasta el ser más honesto tiene dudas y le cuesta demasiado sacrificio entender la falta de armonía en su entorno. La infección de la hostilidad hacia el contrario, sea azul, verde o rojo, ha estimulado el resurgimiento de unos prototipos opositores tan vulgares como los que gobiernan, que para el mal de todos han comenzado a negociar sus candidaturas para las elecciones de diciembre de 2019 sobre las mismas bases: narcotráfico, corrupción, contrabando y defraudación tributaria.
Los izquierdistas, supuestamente antioficialistas y con un alto grado de funcionalidad al masismo, como Doria Medina, Revilla, Cárdenas, Costas y Mesa, tienen una dura tarea para que el proceso restaurador que han emprendido no se contamine con delincuentes, sacres, corruptos y políticos venales. También tendrán que compartir los intereses turbios de los socialistas despechados que no cupieron en el partido azul o de los masistas que fueron apartados de las filas azules, porque estos señores serán sus aliados muy a pesar de sus afanes transparentes y honestos. Entretanto, con los brazos cruzados, mirando y escuchando, contemplando y recopilando la información necesaria, los derechistas bolivianos aparecerán a tiempo, como Bolsonaro irrumpió entre los brasileros que reprochan a sus izquierdistas de cualquier laya.