En términos cuantitativos, han resultado un éxito las dos concentraciones preparadas para conmemorar el 21 de febrero de 2016, tanto la que se convocó para hacer respetar el resultado del referéndum que impidió definitivamente la reelección del presidente; y la otra que impulsó el gobierno para denunciar los efectos nocivos que una mentira de alcoba y un desaire de paternidad habrían ocasionado en la democracia. Ambas movilizaciones fueron masivas y se desigualaron por dos características simples; a la primera los ciudadanos concurrieron al anochecer de forma sincera y libre; en cambio a la segunda los marchantes se reunieron cerca del mediodía y fueron obligados, controlados o pagados. Grandes diferencias que desnudaron algunas fortalezas y debilidades.
La fortaleza principal le correspondió a la ciudadanía, que franca, alegre y honestamente, concurrió a la convocatoria, con el estandarte ideal para defender los principios democráticos básicos y las normas constitucionales vigentes. En cambio, en el bando constreñido del oficialismo sólo vimos filas de cabezas inclinadas hacia abajo, ya por el abatimiento de ser arreados a cambio de dinero, ya por la tristeza que les atosiga la inalcanzable recontra reelección de su líder; o ya por las preocupaciones graves que les provoca tener sobre si a una élite corrupta que les ordena y manipula. Puede sonar lógico, pero creo que ahí reside la principal debilidad del partido oficialista, su torpeza para movilizar, peor si es al anochecer.
¿Cómo el masismo ha perdido esa habilidad para mover gente? He notado que los financiadores de las marchas azules están cada vez más codiciosos, es decir que les ha invadido un deseo vehemente y egoísta de apropiarse de los dineros negros que la corrupción les ha dado, sin dejar nada o casi nada para su partido. También me enteré que los marchantes de oficio, que generalmente son importados a los centros urbanos desde zonas campesinas, han elevado el monto de sus “honorarios” en un afán de sacar tajada de aquella riqueza corrupta que administran sus líderes, sin contar los elevados gastos de transporte y alimentación de esos pelotones artificiales.
Entonces si a los gobernantes no les gusta gastar, hay que obligarles a hacerlo de tal modo de poner su codicia a prueba y también su debilidad humana por aferrarse a la riqueza mal habida. Por el momento, es conveniente convocar espontáneamente a nuevas movilizaciones ciudadanas; por ejemplo, este próximo 21 de marzo (21M) para decir NO a la Ley General de la Coca. Otra concentración para el 21 de abril (21A), otra para el 21 de mayo (21M), así sucesivamente, de tal modo que el gobierno contrarreste con otras marchas masistas, malgastando mucho dinero y aburriendo a sus bases, hasta materializar la ruina total de su aparato corrupto; además en la medida que el partido gobernante vaya incrementando su ímpetu desesperado por implantar su régimen tiránico. Lo más importante es que la ciudadanía tiene que recrearse en la “gimnasia de la calle” y volver paulatinamente a las concentraciones ciudadanas, ya no a las “marchas”, porque los bolivianos sensatos no practicamos esa odiosa técnica masista del arreo. ¿Pero por qué cada 21? El 21 de por sí se ha convertido en un número de mala suerte para el masismo, y le recuerda a su peor derrota. Entonces, hagámosle recuerdo cada 21.