El viernes pasado, dando un paseo por este barrio de papel, he encontrado y leído atentamente el artículo de mi amiga Mónica Olmos Campos, titulado “100 denuncias al mejor estilo del cangrejo”. Ella comenta las denuncias que han presentado 100 padres de familia ante el Ministerio de Educación y contra algunos profesores que habrían asignado tareas a sus hijos durante la vacación; y opina diciendo que estas denuncias le parecen un retroceso, “entendiendo que a nuestros educandos no les vendría mal un tantito de ejercicio y práctica”. También se pregunta “¿Qué significa descanso pedagógico? ¿Acaso un alejamiento absoluto del aprendizaje? ¿Acaso no leer, no escribir, no pensar, no reflexionar, no investigar, no construir, no descubrir?” y concluye así: ”Hay padres a quienes les molesta ver a sus hijos un par de horas al día sentados frente a sus cuadernos o ante alguna situación de aprendizaje. ¡Increíble!”, como justificando que los educadores asignen tareas a sus alumnos durante las vacaciones.
Mi colegio tenía paredes muy altas y coronadas con alambre de púas, mucho tiempo después me enteré que está protección no era para evitar el ingreso de ladrones, sino para impedir que los alumnos escapen. Yo fui educado en ese colegio de curas, especialistas en imponer disciplina y enseñar; y su singularidad era cargarnos con miles (exageración: millones) de tareas para la vacación de invierno, así que esas tres semanas de descanso las pasaba “haciendo tareas”, especialmente ese último domingo antes de retornar a clases. Trauma puro. Mucho peor, en mi colegio fuimos programados neurológicamente para “ejercitar” la vida como una tarea y que la vacación simplemente debía ser entendida como una excepción a la regla, que de todos modos debía ser “cumplida”. Lo bueno es que en este duro proceso no he conocido a “alguien que haya muerto durante la experiencia”, como bien dice Mónica.
En el afán de relativizar esta contrariedad me atrevo a concluir que las tareas para los estudiantes deslucen sus vacaciones; pero no me extrañaría que de aquí a 30 años sean nuestros hijos los que públicamente despotriquen porque en sus épocas no les dieron tareas y no duden en exaltar a Arguedas para justificar el retraso de la nación. Lo que pretendo defender es el derecho a la vacación. Hasta el planeta Tierra ha diseñado para cada hemisferio un descanso que es en invierno. De lo que se trata es de mantener durante el “ejercicio” de la vida un equilibrio entre el trabajo, la familia y la recreación.
En nuestro país no existe una política de Estado para administrar y programar adecuadamente el tiempo de las familias. Los niños y jóvenes colegiales están de vacaciones cuando los padres están trabajando, y viceversa. Este quizás sea uno de los factores que obstaculiza el deseo natural de superar nuestras propias limitaciones. Qué bueno sería que el Ministerio de Educación armonice el reclamo de esos 100 padres con la opinión de Mónica Olmos; y promueva esas vacaciones colectivas y compartidas que ya son costumbre irrenunciable en muchos países avanzados, donde se aprende más junto a los padres y también se venden más libros… Increíble. Con nuestra realidad a cuestas, debemos darnos modos para aprovechar el tiempo libre y desarrollar los talentos de nuestros hijos; por eso “exigimos” vacaciones con padres, pero sin tareas.