Este irracional personaje, más conocido como Stalin, consolidó a mediados del siglo pasado la más grande campaña de terror político que el mundo y la historia humana hayan conocido, con descomunales purgas, arrestos y deportaciones a los campos de trabajo que afectaron a gran parte de la población de la antigua Unión Soviética. Ya en el nuevo siglo, ese su mal aliento hipnotizó a unos jóvenes bolivianos que se pusieron manos a la obra para revitalizar sus teorías y prácticas políticas, apropiándose del movimiento cocalero del Chapare y arremeter en procura del poder político. No tenemos que demostrar muchas dotes policiacas para identificar a esos jóvenes que rodearon a Evo Morales y narcotizaron su imagen simplemente para implantar un sistema de gobierno hiperpresidencialista matizado con algunas ideas democráticas; pero infectado con la más potente tradición absolutista. Y es precisamente Stalin que está iluminando y guiando este régimen liderado por aquel jefe de gobierno, quien no sólo tiene amplias potestades y atribuciones respecto de los otros órganos (legislativo y judicial), sino que ejerce una férrea dirección sobre ellos; y de esto no hay duda.
El pasado miércoles por la noche, el gobierno central ha expuesto la punta del iceberg estalinista, al suspender de su cargo al gobernador de Tarija, Mario Cossío, por tener en su contra una acusación formal, siendo los asambleístas del MAS, que junto con otros oportunistas y tres representantes indígenas hicieron mayoría para suspenderle, provocando que éste huya despavorido y se proteja de este asedio en la clandestinidad. Por otro lado, el alcalde Revilla de la ciudad de La Paz, correrá la misma suerte si no se somete nuevamente a los designios estalinistas del centralismo boliviano, y de los que una vez fue cómplice. Sobran las pruebas vivientes del control y la represión, por demás arbitrarias, que el MAS aplica sobre la población boliviana, para que a fuego lento y sin vaselina permita la introducción lenta e imperceptible del dominio absoluto sobre el escenario político, imponiendo la colectivización forzada de la economía, con un terrible monopolio y predominio de la administración del Estado.
Al estalinismo boliviano instalado en el gobierno por el momento lo único que le interesa es el afianzamiento de una clase burocrática en todas las esferas de poder y en las instituciones públicas. Precisamente es la nueva clase de gentes, no muy brillantes ni inteligentes, que están orquestando desde hace cinco años atrás esas movilizaciones cocaleras de amedrentamiento ciudadano en Cochabamba, las presiones políticas sobre Oruro y Potosí, la desinstitucionalización democrática de los gobiernos autónomos en Santa Cruz, Tarija y Beni, el sometimiento forzoso de la ciudadanía en Pando, las persecuciones a las autoridades de Sucre y La Paz, más las purgas internas contra los opositores dentro del mismo partido; que en suma desnudan una fuerte vocación hegemónica; que ya resulta muy difícil de esconder.
Lo que estamos viviendo es estalinismo puro y del peor; ese que exagera en la acumulación de poder y la consolidación de la autoridad presidencial; y además que promueve el aislamiento internacional escandaloso (La Cumbre de Cancún fue el acabose); por lo que Evo Morales tiene el deber ético de desvincularse forzosamente de esos jóvenes estalinistas que han contaminado su cabeza, porque de persistir en esta tarea de reinventar la historia y construir un esquema de poder dogmático con un exagerado culto a su personalidad, él terminará mal; y peor terminaremos los que estamos obligados a soportar este hiperpresidencialismo que ya ha asfixiado la democracia boliviana, pulverizado el Estado de Derecho y mutilado el imperio de la ley. Si esto no es estalinismo, dígannos qué es.