Estoy siguiendo el ciclo de conversatorios sobre la reforma judicial, organizado por el Foro Regional (Los Tiempos, Ciudadanía y Ceres). Hasta ahora no he percibido una propuesta sorprendente y prodigiosa. Se expusieron las mismas necesidades urgentes: colocar a la justicia en el lado opuesto al poder político, capacitar a los jueces, mejorar sus sueldos, nuevos edificios, más medios materiales, bla, bla, y bla; institucionalizar la carrera judicial, exigir evaluación permanente de los jueces y aniquilar la pleitomanía ciudadana, entre otras duplicaciones innecesarias. En fin la misma sarta de ilusiones que podrían liquidar el bicentenario mal del sometimiento corrupto del juez ante el poderoso de turno. Mal institucionalizado en 1952 por el movimientismo y perpetuado sideralmente con la irrupción del masismo en 2006. La realidad es así: El juez tiene que ser del partido azul, de lo contrario es un mal juez, punto. Entonces el problema no está en el sistema de justicia, sino en un ente inexistente e ideal, esa persona idónea, el juez, ese ser humano que tiene autoridad para juzgar y sentenciar, libremente y en homenaje sólo a la ley.
Actualmente la permanencia de un juez en el sistema judicial se ha convertido en un acto absolutamente insustancial y casi frívolo. Muchos han ingresado a la judicatura, demostrando su sometimiento al partido; y son pocos los que han defendido su calidad profesional. En la última década se ha banalizado la selección “democrática y comunitaria” de jueces, a tal grado que cualquiera puede participar, así sea a cambio de un bajo sueldo pero seguro. Y en este afán el partido de gobierno ha reclutado a un abrumador número de adeptos, generalmente gentes con poco cultivo intelectual y profesional, pero con muchas ganas de complacer los designios de quienes, desde fuera, trafican las sentencias con sus perversas influencias. Precisamente, es este bloque que ha demostrado actitudes conservadoras y reaccionarias contra las propuestas para el ennoblecimiento de la justicia boliviana.
Tengo mis temores de que la cumbre de justicia termine aprobando los planos de una estructura tan colosal, que hasta los mismos oficialistas dudarán de su materialización; y como siempre, lo más probable es que se logren muy pocos de los objetivos que se tracen, abandonando el emprendimiento en “obra gruesa” y retornando a las viejas prácticas del siglo pasado. Simplemente hay que reconstruir lo que se ha echado a perder y esto exige un trabajo arduo no sólo de los operadores actuales, sino de quienes, teniendo pretensiones y aspiraciones de una mejor justicia, pueden ofrecer el hombro para sostener semejante estructura. Si la consigna es encontrar una solución exitosa para este desastre judicial, la corrección exige que todos se pongan al frente y no unos frente a los otros.
Lo que sí me anima es que los mismos jueces, esos muy diferentes a los triviales, están reconociendo que es necesario un cambio en el sistema, pero no tan brusco. Se trata, dicen, de dar pasos cortos y avanzar poco a poco; siempre teniendo en mente que el camino no solamente es hacia delante sino también hacia la justicia de verdad. Independientemente de cualquier otra propuesta lo que deberá primar es el perfil y la calidad personal de los juzgadores que deben estar a la altura de los requerimientos urgentes de la sociedad boliviana. Como verán, yo también no propuse nada nuevo.